EL ALA DE LOS OLGUÍN
E
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l
camino se abría bastante umbrío, ni el ladrido de los perros acompañaba sus pasos.
Sólo se oían los retumbares, apaciguados por el rumor de la lejana acequia que
cada vez se alejaba más de su rumbo La tierra parecía agrietarse cada vez más
al ennegrecerse por las sombras que iban ganando el paisaje serrano. Hasta el
fastidioso polvo se iba disolviendo entre las tinieblas. Las risas, guitarras y
zapateos no eran los de la peña familiar
y querida del Tatita, eran satánicas y el malambo señaba los ruidos de innobles
pezuñas y no de los pies descalzos de Martín. En un presagioso tornado volaron
los siglos hacia atrás y los ojos de la Martina Olguín refulgieron en la noche,
ausentes de tiempos y espacios. Lejos de los pagos de Navarrro, era la misma
cueva de la Salamanca ahí, en Piedra Blanca comunicada por un subterráneo
angustiante de infiernos perdidos cruzando la pampa….
Su tía
la llamaba convocándola a conseguir la fama a precio de su alma, que ella creía
tan gastada, tan deshecha que ni el innombrable la necesitaría para algo. Era
tal vez la venganza de su tía bisabuela por haber trascripto la historia oculta
de los Olguín, donde ella había jugado diabólico papel. A través de los siglos
la había encontrado por fin y ahora tendría compañía de sangre, de búsqueda no saciada
nunca, en la figura de la narradora.
Una luz
sin claridad mostraba los trazos engañosos hacia la cueva. Como el canto de las
sirenas de Ulises las voces subterráneas coreaban un acogimiento al mal. Hipnotizada
se acercó peligrosamente hacia ellas. Recortándose en la noche centellantes
lámparas iluminaban los danzantes telones de la Feria del Libro y sus labios
sonreían en gigantesco gesto desde ellos. Sus libros abiertos a la humanidad
transformados en Best séller firmados por su mano, se abrían ante sus cegados
ojos. De pronto el sonido lejano de una guitara y el trote angustiante de un
caballo la volvieron a la realidad.
Corrió
hacia atrás persignándose y desgranando entre sus dedos las cuentas de aquel
rosario que siglos antes, la Fidela había colgado en el pecho de Panchito; el
mismo que había rescatado de la vieja casa de la calle diecisiete de Mercedes
hace tantos años. Su carrera alocada ahora era hacia esa otra luz que perfilaba
la figura del solitario jinete que con su guitarra en la espalda.la rescató
del
espanto. El hombre que parecía esperarla a la distancia cuando comprobó su
salvación, tocando el ala del chambergo se alejó diluyéndose en la noche de
Piedra Blanca. Mientras agitada se iba acercando hacia su casa, el dulce
encanto de lejanas cuerdas la cubrió con un manto acogedor de paz y regocijo
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JOSE OLGUÍN
Nace en
el año 1810
Se casa
con Inocencia Barrera (aprox. Año 1836
Una de
sus hijas lo hace con F. Galván, que vendría a ser mi bisabuelo.
Ahí se
me va esclareciendo el panorama.
De cómo
el apellido Olguín, está en mis orígenes.
De cómo
el viejo rosista ¿degollador de unitarios? Pasó a estar en mi familia.(siempre presidió
el comedor diario de mis abuelos, un retrato donde estaba un viejo criollo,
sentado con uno de mis tíos Galván, éste último tendría, calculo más de 100 años
en la actualidad)
Debo
aclarar que lo de “degollador de
unitarios” irá cambiando de perfil, cuando bien adentrada en este relato,
me ubique en los tiempos. Perdón Tata Viejo, pero la historia se nutre de
tantos factores imposibles de predecir que tendré que ir dilucidando de a poco
y con mucha lectura cada detalle de tu época.
Relatos
oídos cuando niña, de boca del abuelo
Pancho, o tal vez de la abuela Isabel,
me hacen querer saber la historia de la bisabuela Olguín.
Estos
datos, me sirvieron de inspiración para escribir este cuento
TODO ES FICCIÓN, CUALQUIER SEMEJANZA CON LA
REALIDAD, DEBE TOMARSE COMO SIMPLE
COINCIDENCIA.
EL ALA
T
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ras
largos días de fiebre y delirio, sentía que me crecía, o más bien, se hacía
notoria la presencia del “ala” en la parte izquierda de mi cuerpo. Siempre
escondida, a veces se manifestaba con una pequeña molestia, más que eso, era
como un llamado para que no olvidara, que era nuestro signo de Macondo que solo
algunas personas de la familia la rescataban en su anatomía, pero a veces
pasaban generaciones y no sucedía nada.
PRIMER CAPÌTULO
C
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orrían
los años 1841, la pampa bonaerense se extendía
ruda, verdes las madrugadas de mate amargo. Frío cerniendo los patios
bien barridos de los Olguín…._ Tata,tata._ el grito de la pequeña Olguín,
recorre el campo como un telégrafo sin hilos llegando hasta el joven gaucho,
que junto a un fueguito danzarín, trenza junto a los tientos manoseados su
pasado de soldado blandengue, no tan lejano. La pava tiznada por la acción de
su amistad directa con el fuego le silva una cancioncilla precursora de algo…
Los
pies sucios y descalzos de la niña terminan con la quietud de la trenzada ahuyentando
con la tierra que han levantado, los pocos bichos que se aparecen en la aridez
del paisaje.- tata, tata, venga
al
rancho, llegó mi hermanita, la mama lo quiere ver, la Ña Prudencia fuma mucho y
apesta al angelito, Tata, venga pronto._
El
tropero se incorporó y tomando a su hijita de la cintura, la enancó en el
caballo partiendo al galope hacia el rancho. Los pasos del caballo se
acompañaban, se fundían con el llanto de la recién nacida al acercarse cada vez
más.
Era
linda la niña ¡¡¡¡ un angelito!!!! No había inventado nada la hermanita.
Ña
Prudencia fumaba y fumaba. La vieja comadrona aparte de esa función, tenía
también dotes de curandera.
¿Por
qué fumaba tanto la Ña Prudencia; inquieta, presagiosa, si el parto había
resultado un éxito y madre e hija
estaban rebosantes de vida?
La
espaldita de la niña, morena y grácil, rolliza y suave. En la parte izquierda, ahí,
justo donde al adolecer neumonía se forma una nube en el área, nacía una
pequeña protuberancia muy pequeña. Por eso fumaba tanto la curandera.
Sí, era
el ala, el ala de los Olguín, no de Macondo sino de aquí cerquita nomás De los
pagos de Navarro….
Según
el santoral del día, San Fidel de Sigmaringa, fue acristianada con el nombre de
Fidela.
Así la
hermosa criatura fue creciendo, no teniendo jamás en cuenta su pequeña alita
que en verdad ni se notaba
Pelo
renegrido, ojos grandes y vívidos, figura menuda y morena, alegría emanando
siempre de su cuerpo rodeándola como un áurea que la hacía pasar siempre
advertida entre la gente, y que limpiaba las huellas que iba abriendo con sus
pies descalzos entre la tierra, convirtiendo cada tramo de lo andando en un
limpio camino milagroso.
Abril de 2006
Todo tiene un signo. Mi delirio de enferma
hizo hacer carne el aceptar la presencia del ala en el lado izquierda de mi
espalda. Basta de negarlo. Yo sé que está incipiente oculta a los ojos
profanos. Es mi ala. Para algo “alguien” la puso allí camuflada cual si fuera
una protuberancia sin consecuencias.
Sé que ella también la tenía ¿por eso su
breve vida? Por eso el olvido de la familia? Ña Prudencia la había tomado como
algo maligno, pues todo lo que no conocemos nos hace transitar y entrar en l
campo del oscurantismo. Pero no lo era, esa transmutación era una señal…….. que
solo tenían algunos privilegiados. Sólo presiento … hay que saber descubrir e
interpretar el rumbo que nos quiere señalar. Pasaron 100 años desde el
nacimiento de la hija del soldado de la guardia de Rosas hasta el de la que
escribe estas notas.
Desde que desperté del ensueño del ala siento
que ahí a mi lado, la tengo sentada a mi Fidela. MI BISABUELA, la hija de don
José Olguín , muerta muy joven a la que estoy rescatando del olvido.
Y de nuevo aparece la fecha 24/ 04
No era mi deseo reverdecer la vida de Rosas
pero en las referencias que hago sobre su persona, su muerte y su contacto con
José Olguín, me hará más fácil adentrarme en la vida de mis antepasados y comprender
siguiendo esos pasos como fue y porque su manera de vivir, sus sueños, sus
pesares y su amor por ese pedazo de los pagos del Luján
Los
años iban pasando pausados, tranquilos en la campiña bonaerense. A veces el sol
abrazaba los suelos y el verde se hacía ocre dorando los sueños de Fidela
Entre
los quehaceres que tenía por mandato dulce de su “tata”realizar,
se encontraba el de cuidar algunos chanchitos que enriquecían el puesto donde
vivían.
Su mimoso
“negrito” hociqueaba siempre en el poco barro que encontraba a su paso, entonces
la niña le cantaba una tradición oída al cura, que a veces solía aparecer por
Navarro en visitas de evangelización tratando de que la “barbarie” de los
gauchos se atemperara con sus palabras.
Cuando
el padre Martín terminaba sus predicaciones sobre la forma en que tenían que
vivir los paisanos, ya aliviado de su tarea espiritual sintiéndose en paz con
Dios y la iglesia, solía sentarse al abrió de la galería del rancho donde la
ocasión lo cobijara y entonces aceptar la copa de grapa o un buen trago de vino
acompañando el jugoso trozo que en el
rancho de los Olguín, se cocía en el asador agasajando la presencia del
prelado.
“cuando nació el Salvador del Mundo los
animales hablaron milagrosamente y lo hicieron así : el gallo anunció: ¡¡cristo
nace! Y baló la oveja :- En Be lèn.- Una cotorra pasó diciendo :- vamos, vamos.
Y el cerdo rezongó:- no ,no,no .- Pero el carancho dijo:- lo veré, lo veré. Y
la palomita con gran ternura:- ¡Hijo de Santa María! Como ves, todos alabaron
de alguna manera al Dios recién nacido menos el cerdo. De allí que esté
condenado a arrastrar el hocico entre el barro y la mugre repitiendo: :- no,
no,no.
Eso
cantaba Fidela a su chanchito preferido, mientras trataba de que no metiera más
su hociquito en el barro.
Era
soñadora la niña; los atardeceres que vio en las nubes formando castillos y
huellas de caballos que tirando diligencias elegantes la llevaban a lugares
lejanos como la ciudad de Buenos Aires ; a la estancia de Don Juan Manuel donde
su tata había vivido en otros años bastante lejanos para ella vistiendo el
poncho punzó de los colorados del monte.
.-
Tatita, cuénteme.- le preguntó una vez a su padre.- porque se vino de Buenos
Aires al campo dejando la estancia de San Miguel del
Monte.-
Esa
tarde el gaucho trenzaba junto al lazo de ocho tientos sus recuerdos. Como explicarle
a su niña ¡¡¡ si él aún no había encontrado las palabras justas para decírselas
a si mismo!!!
.- tal
vez niña, porque ya no le hacía falta a Don Juan Manuel y quería volver con mis
tatas, trabajar con el lazo y “esperarla a usted para que viniera con su
alegría a hacerla vida más fácil, a este gaucho que ya se está poniendo viejo
de tanto afirmarse en el suelo pa`voltear al bagual y a los vacunos retobados.-
Pero en
la mente del hombre, peleaban los motivos del porqué. Y las lágrimas se escondían
detrás de sus aindiados ojos pensando en lo que se había convertido aquel
hombre al cual siguiera orgullosamente en los años de la guardia de “los
colorados” por esa su hombría de bien, su pasión en salvar a las riveras de los
godos y su lucha por la emancipación de la patria.
El
gaucho iletrado presintió al abandonar San Miguel del Monte que el modelo de
hombre que tenía de Rosas se estaba transformando en el futuro “monstruo” que pintarían
Etcheverría en su “El matadero” y José Mármol en “Amalia”.
Eso lo
alejó de su ídolo y lo hizo instalar en la campiña bonaerense soñando con lo
que fuera su juventud al lado del Restaurador.
¡¡Más
como podía relatar esa verdad a la pequeña que lo miraba con esos ojos que
parecían adentrarse en su cerebro descubriendo lo que él ocultaba ¡! Y así era,
Fidela sabía que no eran exactas las explicaciones de su padre pero revelando
aún más su intuición acalló más preguntas y besó los cabellos ya entrecanos de
su padre.
Y
continuó la vida deslizando sus cantos y tristezas ya en el llano, ya en las
grietas de la tierra que dibujaban mapas imaginarios y fantasiosos bajo los
pies y la mirada de Fidela
Comenzaron
las vidalas a poblar sus oídos vírgenes de coplas. Las tonadas sureñas la
aburrían sobremanera mientras que al contrario movíanse sus pies al son alegre
de las chacareras y los revoleares de pañuelos cuando se giraba en la media
caña.
Fue en
el bautismo de uno de los hijos de los Carrizo compadres de sus tatas. Ahí
estaba él, el Francisco, mozo tranquilo venido de los pagos de Bragado. Se
había llegado conduciendo su tropa hasta las cercanías del lugar del festejo.
Ver el humo de los asadores, el aroma de las frituras de las empanadas, oír el
rasgueo de las guitarras y entrever el revoleo de las faldas de las chinas, lo
decidió a acomodar al vacaje, desmontar del caballo y encaminarse hasta el
rancho prometedor de un alivio a la esforzada marcha por las huellas marcadas
en la extensión de la llanura, la pampa…
Era
hombre duro el Francisco en los trajines de su labor de resero, pero dulce al
ver unos ojos obscuros que lo miraran con chispitas de luz. Y esos eran los
ojos de Fidela que se doraban a la luz del sol y de las brasas no sabiéndose si
era la noche o el sol quién los pintaban.
Fidela
comenzó entonces a aletear como un pájaro, sus manos alcanzaron al mozo la
fuente de empanadas arrimándole una silla y una sonrisa sonrojada plena de
promesas calladas.
Don
Olguín desde lejos la observaba pensativo.- ya mi niña se me está yendo por los
caminos de ande yo no voy a poder acompañarla.- musitó entristecido.- pero era
la vida, aquella que un día lo llevara lejos del pago tras una quimera rosista.
La mañana
se hizo crepúsculo con el correr de las horas. La despedida entre los
enamorados fue en silencio con solo alguna promesa por parte de él.- los
caminos son largos, mi niña, pueden regresar al punto de partida, pueden
perderse en la huella de la pampa.- fueron las palabras del resero al montar
despacio su caballo y el llevarse los dedos al chambergo en un saludo respetuoso
dejaba un beso en ese gesto, un beso enamorado y triste para luego abrir los
brazos como diciendo.- el Señor determinara si esto seguirá adelante….
Los
cascos del caballo martillearon su sonido de a poco hasta alcanzar el ritmo de
la marcha. Se desdibujó el paisaje del rancho mientras se adentraba cada vez
más en la lejanía de la pampa
No fue
un sollozo lo que quedaba en la garganta de la moza, era como si un canto de
gorrión se estrangulara en ella.
Entonces
comenzaron a sonar en sus oídos las vidalas, endechas tristes que caminaban por
los campos y ella guardaba como en un cofre doliente de esperanzas.
Duró la
ausencia lo que duran las tropas en atravesar la pampa ¿Qué le anunció ese día
la llegada de Francisco? De pronto vio de nuevo pintarse de alegría el cielo y
la dulzura de trinos convertirse en un alegre movimiento de pañuelos. Comenzó a
cantar muy de mañana trayendo el agua del pozo sin rezongar siquiera, las
gallinas se acercaron sin temor y comieron el grano que les brindaba
alegremente. Su hermana aprovechó su potencial diligente y remoloneó un rato
más su catre sospechando que no recibiría reproches por su retraso a efectuar
las tareas, pues cuando Fidela cantaba, todo se llenaba de alegría y ya no
había lugar para tristezas ni peleas entre las hermanas,
El
polvo del camino se levantaba a lo lejos, retumbaban los sones de cabalgaduras ligeras,
apuradas para llegar a destino.
José
Olguín también oyó los sonidos del caballo que corría presuroso hacia el
rancho. Presintiendo la visita se adelantó al recibimiento irguiendo su figura
en mitad del camino, interponiéndola entre el jinete y las casas.
Ya
estaban dadas las cosas, el mozo parecía de ley, pero la niña era su hija, que
caracho!!!
La
figura del gaucho se recortaba entre las figuras borrascosas del viento,
su poncho se agitaba entre los grises
fríos de ese invierno riente
de crear una pesadilla de presagios. La Salamanca se retorcía en su cueva
llamando a los demonios reinantes de la pampa escribiendo así el futuro de
Fidela. No podría ya salvarla su ala protectora, ni su risa cantarina ni su
amor poblando huellas conocidas.
El
padre de la niña sintió correr un frío por su espalda y no era precisamente el
de ese día. Se nubló el cielo agorando el terror que se desencadenaría sobre lo
que él más quería: su niña alada.
Francisco
desmontó con varonil soltura, su mano dura y callosa se extendió en gesto
reverente hacia la otra que empuñaba el lazo. El pialador y el tropero se
miraron con el simple respeto de los hombres de campo al estrecharse las manos.
y en ese instante el padre percibió que su piel rugosa se contraía más y más,
muy adentro, como si una picadura de víbora la hubiera lacerado.
.-
sonseras de gaucho viejo.- pensó don Olguín.- es solamente mi recelo por el
ladrón que ya viene como el chimango a robarme mi paloma.-
Polvo
de camino en las fibras del poncho del
visitante se mostraban matizando en sus distintas tonalidades la
fisonomía del camino recorrido. En cambio el del anfitrión oliendo a pasto
tierno solo llevaba las motas terrosas del paisaje de Navarro mientras que su
color rojo, reflejado por el sol que de a ratos despejaba la tormenta,
recordaba la sangre salpicando el aire desde las chuzas cimbreantes de aquellos
tiempos de la guardia de los Colorados del Monte..
Comenzaron
el recorrido hacia el rancho el padre y el “candidato”, pasos pausados de uno,
frenando su impaciencia los del otro. Era como si quisiera aquel retardar al
destino alargando con lentitud el encuentro entre los novios. Seguía con su
remolino el viento agitando los ponchos polvorientos y silbando sus augurios en
la tarde invernal. Las figuras ya se recortaban muy cercanas al rancho.
¡¡ Cómo palpitó el corazón de Fidela!! Fue a
despojarse del ajado delantal que protegía su ropa de percal y rescatar del
baúl la pañoleta roja para cubrir sus
hombros juveniles. No hubo tiempo para perfumarse con el agua florida que se
escondía dentro del frasco azul, pero no era necesaria la misma pues su piel
era todo aroma a cardos, a piquillín, a pastos tiernos. Ya su pequeña figura
asomó entre las horcadas de la galería, ya su sonrisa se hizo luz encendiendo
faroles en la naciente oscuridad envolvente. Ya su voz de trino se adelantó con
un saludo al amante que llegaba.
SEGUNDO CAPÍTULO
L
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a cueva
estaba allí desde hace cuánto no se acordaba el Panchito, pero sabía que no
tenía que acercarse mucho. Lo había oído así, como en un sueño, cuando las
visitas al ancho de Ña prudencia se sucedían y aportaban cosas raras al
paisaje.
A veces
José Miguel con sus también cortos años lo había arrastrado en la rastra
rústica que usaba para sus juegos y en el entusiasmo se había acercado temerariamente
Aquella
tarde rayando el crepúsculo, el aire se enrarecía mezclando colores
naranja y sangre en un cielo que ya comenzaba a negrear. Los teros escondidos
espiaban con terror de plumas grises el andar de los guríes. Una lechuza
inocente giraba sus ojos avizores posada sobre uno de los palos del precario
alambrado. Había que regresar al rancho y de prisa, ya la oscuridad se asomaba
maloliente desdibujando el contorno de la pampa
.-mama,
mama.- el llanto del Panchito sonaba en el silencio que de a poco comenzaba a
llenarse de rumor de pezuñas que rascaban dentro del interior de la tierra y
comenzaban a oírse cantos acompañados por el tañido de un arpa
lejana Ya la lechuza tornaba su fingida inocencia en un maligno vuelo que con
su revolear de alas invitaba a seguir su rumbo.
El hermano mayor aterrado giró con violencia
la rastra en que llevaba al pequeño y corriendo partió hacia el rancho
protector, pero antes creyó vislumbrar entre la penumbra que rodeaba la boca de
la cueva prohibida una figura familiar que corría desnuda a adentrarse en
ella…..
El
rosario que Fidela había colgado en el cuello del Panchito cuando éste naciera,
parecía iluminar el camino del regreso mientras se alejaban de esa música cada
vez más intensa que se enmaraba en las carcajadas de los condenados de la
Salamanca.
Fue imperceptible el cambio de la Martina.
Incipiente y despacioso se iba notando en su fisonomía; su pelo que ni siquiera
había sido renegrido sino de un color topo aburrido comenzó a encresparse y
adquirir un tono rojizo centelleante, su espalda se irguió haciendo resaltar
unos pezones punzantes que asomaban por la percalina blusa.
La tarde invitaba al descanso, Fidela arrullaba
al Panchito con canciones de alegres tonadas infantiles que inventaba mirando
las flores que se iban cerrando con el apagar de las luces del día.
El
Francisco volvía de encerrar los caballos en el corral, una sed intranquila lo
invadió de pronto…..allí sobre el brocal del pozo vislumbró una figura
cimbreante inclinada sobre el mismo, la cual se volvió con una sonrisa
invitadora de convite al verlo acercarse. Los ojos se cruzaron no con la mirada
límpida y serena de otrora del gaucho, ahora era un fuego negro que comenzaba a
quemar las páginas antes escritas de esta historia.
Siguieron
revolcándose las hojas de los árboles en las huellas abiertas por los carros,
sí, revolcándolas, pues ya no era más nada una
alegoría a la naturaleza agreste de la pampa, ahora todo era oscuro, y aunque
aún alumbrara el día, las tinieblas se enseñoreaban
de todo lo viviente.
El
viejo montonero llegó una mañana al rancho del Francisco y la Fidela con su
paso pausado y el alma apretada con ese presagio de tantos años que llevaba
prendido en el corazón como un abrojo desde aquella vez que viniera el Francisco
a llevarse a su paloma.
Ya
la Fidela descansaba pálida como la mazamorra, en el catre que él mismo había
trenzado con sus manos. Sucio y chorreando mocos el Panchito salió al encuentro
del abuelo.
Los
brazos del viejo pialador lo levantaron intentando en vano cobijar el abandono
entre los pliegues de su rojo poncho. José Miguel miraba desde lejos, huraña la
mirada, hecho hombre ya en sus cortos años.
.-abuelito
¿Qué tiene la mama que ya no me canta, que ya no me lava más la cara?
Se
estremeció el facón contra la cintura del viejo gaucho pareciendo tomar
vida, querer salir hiriendo.-¡¡ contra quién caracho?!!- ¡¡¡ si parecía que la
risa de los diablos de la Salamanca se burlaba hasta del pasado glorioso de los Colorados del Monte!!!
Centelleaban
de algo muy parecido al odio los ojos de mi tatarabuelo al enfrentarse a la
mirada huidiza del Francisco.
.-¿Qué
está pasando con Fidela?.- preguntó tratando de que los sentimientos no se
translucieran en la fiereza de la mirada.
.-será
el comienzo del verano, don Olguín, el cansancio del cuidado de los animales,
el correr detrás de los gurises todo el santo tiempo.-
.-no,
mi amigo, eso no es natural en la moza, siempre fue fuerte alegre y cantarina.
Sólo parece que ahora un mal extraño me la está devorando lentamente.-
.-He
mandao buscar a Ña Prudencia pa`que le haga unas sangrías, dicen que es bueno
pa`limpiar la sangre vieja.-
Calló
el viejo con su sabiduría de vida. Sus ojos contradecían todas las palabras
respondidas al embrujado tropero. Recordó el frío glaciar de aquella tarde que
lo envolviera maloliente cuando el mozo retornara para llevarse a la que hoy
yacía en el abandono anticipado de la muerte.
Volvió
caminando hacia su rancho, despacio como si con su retraso pudiera ahuyentar la
visión de lo que encontraría en él.
La
Inocencia había partido hace ya mucho tiempo y no vería las huellas dejadas
por las dotes malignas en el seno de la familia.- Tata Dios, ella no
sufre a tu lado, no alcanza a ver lo que yo estoy presintiendo.- Las últimas
palabras del tata viejo se confundieron con la visión de la sombra recortada en
la callada noche pampeana de un gaucho que llevaba una guitarra colgada en su
espalda y que deteniendo el paso cansado de su caballo se persignó ante él.
¡¡¡¡Santos
Vega ¡!!.- Los dedos se unieron formando la cruz sobre la boca agrietada por
los vientos de la pampa. Y ahí supo el porqué del cambio de la hija mayor, de
esos días no dormidos sin que se le notara el cansancio, del catre vacío en las
noches de luna, de las pisadas fortuitas en las madrugadas. ¡¡era el triunfo de
la Salamanca ¡!
“A la cueva de la
Salamanca también llegan los que buscan un favor de Mandinga: concretar un
pacto con él para adquirir una habilidad sobrenatural a cambio de entregar el
alma. Es un contrato firmado con sangre. Entre los poderes dados por los dueños
de lo oculto, se encontraba el de pasar noches enteras sin dormir, sin sentir
cansancio alguno. Allí se dice que cayeron grandes cantores, oradores, jinetes
deslumbrantes, mujeres de belleza exótica, grandes poetas y guitarristas con
una magia deslumbrante en sus manos. Todas kas personas que no pueden soportar
la mediocridad de sus vidas y buscan destacarse
a costa de perder la verdadera vida que nace en la muerte.
No todos cumplen con
su contrato. Santos Vega, el gran payador, fue uno de ellos Hubo de perder una
payada con el mismo Mandinga (Juan sin ropa) para tener que aceptar su trágico
final”
Las
manos que habían trenzado tantos lazos, esas que habían enastado la lanza en
las arremetidas contra el godo en los tiempos de don Juan Manuel cayeron
abatidas al lado del cuerpo sin tan siquiera poder refugiar su frío entre los
pliegues del poncho rojo cuyo color se fundía con el de su viejo corazón
TERCER CAPITULO
I
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mpregnaba
el aire de la tardecita campera el aroma de las varas del duraznillo que
entremezcladas con las cañas formaban parte de la ramada. Por suerte la misma
estaba unida al resto del rancho, lo que hacía que el temor del Panchito en
pasar otra noche más a la intemperie no se constituyera en tanto horror cuando
la oscuridad aquietaba los sonidos del paisaje y solamente acompañaban su
abandono las gallinas batarazas y aquel ya viejo perro que había sido testigo
de sus andanzas en las cercanía del cueva del miedo, cuando José Miguel y su
mama estaban a su lado.
Fidela
hacía rato había partido del mundo de los vivos tragada por unas fiebres
misteriosas.
Su
hermano con solo 13 años había montado un día de un salto a su caballo y tras
una tropa de vacas y olvidos partió buscando horizontes lejanos a las preguntas
que nunca pudo responder su abuelo montonero, pero que presentía estaban
emparentadas con las fuerzas ocultas que se habían desencadenado en aquellos
caminos de polvo testigos de los retumbantes aterradores golpeteos de las
pezuñas de los habitantes de la Salamanca.
Del
cuerito de oveja que le servía de cama debajo de la ramada emanaba el olor a
orines impregnando sus narices niñas y le recordaba el porqué de ese castigo:
el de dormir fuera de la casa..
Su
madrastra, su tía, lo había castigado por ese motivo; el mojar el camastro que
tenía asignado dentro del rancho.¡pobre Panchito! En las noches en que la
temperatura bajaba deseaba que el rancho siguiera como antaño, con una sola
pieza, así el fogón pampa estaría en el patio y podría calentarse. Pero todo
había cambiado ¿para bien de quién?
Cuando
la Martina se adueñó del hogar, se construyó otro cuarto y la cocina
entonces albergó el círculo cavado en el suelo de tierra apisonada circundado por
una llanta mediana de carro donde las cenizas acumuladas sobre ella mantenían
las brasas encendidas durante las horas de trabajo y las de sueño.
Sobre
este fogón estaba enclavada una “marca” retirada de sus usos corrientes
cumpliendo ahora la función de sostener el candil, única luz artificial de que
disponían sobre éste. Quedaban como recuerdo del paso de Fidela alguna cacerola
pendiendo de la horqueta que colgaba de la chimenea.
Francisco
andaba siempre ausente por dos razones; una por su trabajo u oficio de arriero que lo llevaba por largas distancias a la pampa con sus vacas, la otra por
querer olvidar a la moza que había sido su gran amor y que había partido ha ya
mucho a los campos del señor de los cielos y la tierra. Sus cortas permanencias
muy espaciadas entre sí en el rancho coincidieron pasado un tiempo con la
aparición de dos hermanitas que se criaban sin malicia ignorando el pasado de
su madre. Nunca le demostraron al niño su desagrado o desprecio, pero él se crió
culpándolas del abandono del tata y de sus noches bajo la ramada.
Se
abría el camino al recibimiento de los viajeros en un abrazo candente y
ventoso. Ponchos de color de la tierra blandían su anuncio en esa tarde,
enmarcando en su agitar el ceño adusto de un mozo llamado José Miguel…..
Como en
aquellos años en que su padre se había apeado buscando el encuentro con Fidela
también desensilló el muchacho, pero ahora no era el amor quien lo guiaba, era
justicia fraternal. Buscaron sus ojos al pequeño y su gesto se hizo fiero al
encontrarlo, no variaron palabras, solo una grupa y un poncho de refugio a esa
niñez gaucha abandonada. Todo silencio en la pampa, el agua del aljibe silenció
su borboteo.¡ si hasta pareciera que los trinos y gorjeos de las aves
homenajeaban con su callar el reencuentro y la partida de los hermanos!
Los
bracitos de “el Panchito” estrecharon la cintura del hermano mayor, cuando
montó en la grupa del tobiano. El petate chiquito en el cual cabía todo su
pasado colgaba de la montura sin siquiera pesar un gramo, pero su viaje fue
acompañado por el chocar de las cuentas de aquel rosario que un día “la Fidela”
había colgado de su cuello para que lo defendiera de todos los males. Y ahí
comprendió el porqué de la aparición de José Miguel, fue para salvarlo y el
rosario de la mama sería testigo de ahora en delante del devenir de la vida de
los dos hermanos.
CINCO AÑOS DESPUÉS
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l
caballo encabritado se alzó sobre las patas, a lo lejos el retumbar de cascos
fantasmagóricos que provenían del interior de la tierra anunciaban la orgía de
la Salamanca.
Francisco
ensimismado en sus recuerdos continuaba su andar por la pampa detrás del último
arreo.
¿Qué
angustias corrieron por su alma, que remordimientos recónditos lo acuciaron en
esos momentos cruciales? Ya su cabello cano caía sobre el poncho descolorido y
las cicatrices de tantos vientos de arreos y tiempos agrisaban su envejecido
rostro.
Confundiéndose
con el seco marrón del camino, la víbora onduló entre los terrones de la tierra
para luego enderezarse mostrando su vientre amarillo espantando al caballo.
Francisco
alcanzó a ver la cruz en la cabeza del ofidio antes que los colmillos se
clavaran en su pierna.
Su
último grito al caer sobre la tierra pampeana fue el llamado a Fidela su gran
amor destruido por la maldición de la leyenda que también había condenado al
gran payador inolvidable, a Santos Vega……………
FIN DE LA PRIMERA
PARTE
Continuará
con “HISTORIAS DE INMIGRANTES”, donde se refleja la unión del gaucho de
nuestras pampas, de ascendencias indígenas y gotas de sangre negra, con el
“gringo” formando nuestra raza.
B. Susana Galván
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