domingo, 15 de junio de 2014

NOCHES MÁGICAS EN PIEDRA BLANCA

Todo había comenzado con ese respirar en las noches que oía en la soledad de mi habitación, cuando ya las luces se apagaban y los vehículos con su ensordecedor ruido cesaban su trajinar por la Avenida que llevaba al viejo algarrobo. Al principio ese sonido me causaba temor, más luego se me había hecho tan familiar que extrañaba su ausencia entre el canto de los grillos y el sonoro palpitar de las hojas del adelfo que rumoreaban en mi ventana.
Esa semana se había presentado colmada de presagios o mejor dicho situaciones casi anormales que podrían ser denominadas como gualichos.
Estaba de nuevo transitando el límite con la locura, sensación que presumía haber dejado atrás. Sin desearlo me venían a la boca los versos del poeta. .Sólo deseo escuchar silencios, pero no quiero oír guitarras, sino el arrullo de las hojas del aguaribay que parecen sollozos al ser rociadas por la tenue llovizna que cae en las noches de Piedra Blanca.
Y en una de esas circunstancias en que él salía de su celestial refugio y retomaba el camino que tantas veces recorriera rumbo al viejo solar de los Agüero, fue cuando se cristalizó nuestro primer encuentro.
Durante un tiempo inolvidable, todas las noches él venía a acompañarme. Era preferible la compañía de un fantasma conocido a la gente que me rodeaba hacía ya un tiempo y no recorría mis mismos rumbos.
¡¡ cuántas veces algún vecino trasnochado habrá visto esa presencia que parecía iluminarse en la negrura de los descampados y con algún temor apresuraba el paso para alejarse de ella !!!!
El poeta sonreía, con esa sonrisa que lo acompañaba cuando alguna picardía la motivaba, y continuaba buscando en las noches alguien que supiera apreciar el silencio colmado de voces ancestrales que no dejan morir la esencia de esta tierra.
Aún los interrogatorios siguen abalanzándose dentro de mí. ¿Cual sería la respuesta a ellos me preguntaba? y acudían a mi mente aquellos sus versos....." una mujer que no parezca mujer, que sea una vela sola en el horizonte..." ¿Sería por eso que había sido la privilegiada?
Así fue que como de su mano recorrí los senderos aún no contaminados por el intenso trajinar de vehículos y peatones que en una vorágine imparable se habían apoderado de Piedra Blanca.
Solía esperarme en el cruce con la ruta vieja ésa que llevaba en un pasado no tan lejano a La Paz y ¡¡¡ hubieran visto el desasosiego de los perros que no sabían a que culpar esa sensación, ya que no veían nada corpóreo, pero que intuían presencias en las noches!!!
Suerte que me había regalado en una de nuestras primeras noches de encuentro, la piedrita adivina, que le había obsequiado don Regalado Magallanes en su niñez, a la cual el viejo lugareño le atribuía entre sus cualidades la de hacer invisible a la persona que la llevara consigo. Esta piedrita se encontraba en el interior del cráneo de las golondrinas, entre su masa encefálica.
Suerte que a mi amigo fantasma le gusta pasear preferentemente por Piedra Blanca, o tal vez lo hacía para evitar mis temores de aventurarme por otros sitios no muy conocidos por mí.
¡¡Oh, el otoño, con sus noches a veces traicioneras por cambiar de repente el clima templado y apacible que nos acompañaba, en un frescor húmedo de lloviznas a causa de esos vientecillos que soplaban imprevistos entre las sierras y aunque tenía el poder de permanecer invisible, no podía evadirme de los chubascos que mojaban mi vestimenta, amaneciendo con unos fuertes resfriados que nadie podía saber como los adquiría si siempre estaba al abrigo de mi casa!!
Los paseos con los cuales disfrutaba más era cuando nos internábamos por los senderos del predio del Algarrobo el abuelo. De resultas era un sentimiento egoísta,pues notaba su tristeza al ver el viejo árbol carcomido y lejos de la lozanía que había acompañado sus juegos infantiles bajo su abrigo. Entonces tratando de diluir su decaimiento le pedía me contara las leyendas que se habían tejido bajo sus ramas.¿habría sido allí la aparición del Crespín, aquel pajarillo que nunca había logrado ver, pero cuyo canto melancólico había poblado mi imaginación infantil de imágenes románticas concernientes a su transformación? ¿era verdadero lo que se decía que las tropas del Chacho Peñaloza habían descansado allá por los años 1860 bajo su sombra? Aunque en verdad evitaba tocar los temas sobre la política de aquellos años, por respeto hacia él, ya que sabía que no comulgaba con las montoneras, pues los recuerdos heredados de la familia no los hacían muy acreedores de su simpatía. De ellos rescataba los relatos de las peripecias de su abuelo materno Francisco cuando relataba que agregado a las pérdidas de las cosechas por las mangas de langostas, las epidemias al ganado y las cruentas heladas, se sumaba aquella requisa de todas sus vacas por parte de las montoneras gauchescas del Chacho; y lo del coronel Iseas que le hiciera entregar todos los caballos de silla bajo pena de posarlo por las armas, según su decir.
Pero la poesía que emanaba de aquellos héroes "bárbaros" no escapaban a su sensibilidad de poeta.
En aquellos mágicos paseos hasta las campañillas olvidaban su recatado descanso y se mecían ofreciendo sus tenues colores en las corolas que se abrían ante su paso y la reina mora nos espiaba desde un espinillo emitiendo un tímido temeroso arrullo.
Todo era romántico en nuestra relación, los paseos por el arroyo a la luz de esa luna tan blanca que rivalizaba con el color de las piedras que dieran su nombre a nuestro paraje.
Una de esas noches en que mis estornudos sacudían irreverentemente el paisaje otoñal, decidimos encaminarnos hasta el arroyo de El Pantanillo, al cual la imaginería serrana lo hacía acreedor del poder curativo de sus aguas.
Los médicos de "Agua fría", que así denominaban a los curanderos que se valían de esos poderes para las curaciones nos guiaron con su espíritu hacia el lugar exacto del arroyo en donde se encontraba la pócima maravillosa, de la cual obtuvimos una muestra que encerramos en una pequeña vasija para transportarla hasta mi casa.
Y así comenzamos las incursiones a los otros arroyos. El de Piedra Blanca con la característica de que sus aguas aclaraban el cabello, el del Rincón, del Juan Pérez, El Tigre, El molino y el de Cerro de Oro no se conocían sus facultades, pero lo que todos por igual tenían sus fuentes en las altas cumbres de Los Comechingones algo deberían arrastrar en sus aguas,; canciones de represas, de pasiones campesinas y música de algarrobales.
Era posible en la tercera dimensión que transitábamos llevar las voces de los pájaros entre nuestros ropajes y desatarlas en coros angelicales desgranándolas entre la etérea estela de las estrellas que nos marcaba el camino.
Hoy he oído el canto del crespín, su lamento rasgaba las blanquecinas nubes que formaban un halo ocultando la vista de los cerros. Esas mismas nubes que su imaginación de niño convertía en prodigiosos galeones blancos y que ahora en mi soledad me traían el eco de un desfrenada cabalgata en donde él jineteaba buscando un horizonte pletórico de poesía y libertad.
La tempestad se ha desatado imponente y tenebrosa, arrastrando piedras colosales que derruyen todo lo que se interpone en su camino. Es una nueva advertencia de la naturaleza a la depredación de que es objeto día tras día. Se forman cauces en los espacios que dejaron los árboles arrancados de su entorno en pro del progreso. ; la tierra se venga de la ausencia de sus vegetales hijos e impulsa la avalancha de barro guiándola hacia el interior de las nuevas casas que no respetaron en su construcción los declives ni el curso de los arroyos.
La calma ha llegado con el asomar tímido de los dedos del sol entre los cerros y sus aleteos pretenden descorrer la cortina aún grisácea de la tormenta. Todo el valle se impregna de aromas mezclados de lluvia y herida tierra. Los charcos reflejan con sonrisas tristes los árboles tronchados. Corren lujuriosos entre las rías formadas en los surcos, restos de plásticos desechos pintando de bochorno un paisaje que debería ser limpido y natural mientras los pájaros víctimas de la apocalíptica noche lloran sus nidos destruidos en las ramas de algún solitario álamo.
Esta tormenta había coincidido con la fecha del natalicio del poeta y contaba la gente del lugar que casi siempre para ese acontecimiento se descargaban las furias del cielo en quien sabe que recordatorio de su paso por la vida.
Ya parecía que e el verano comenzaba a despedirse con premura aunque faltaban muchos días para que el otoño coloreara de oros el paisaje serrano y como un signo más de estos hechos las golondrinas comenzaban a preparar su despedida de este hemisferio, agrupándose en colonias negras y blancas para alistar su vuelo de escuadras aladas a otros horizontes.
Luego de la tormenta a la cual me he referido, ese respirar que solía oír en las noches cesó de repente como presagiando ausencias.
La alameda pintaba de plateado blanco la noche mientras el follaje formaba un túnel, alfombrado de rojizas hojas haciendo que nuestro caminar fuera tan místico como si paseáramos por el interior de una catedral a la cual se asemejaba la formación de los álamos. El murmullo de las hojas al acunarse con la nocturna brisa producía un sonido que rescataba los ecos de musicales órganos. Y cuando la brisa se transformaba en viento entonces se podía apreciar un prodigioso in crescendo que que llegaba hasta los cielos perfumados del aire cósmico de las estrellas.
Recuerdo ese paseo pues fue el último que compartí con mi fantasma. Ese otoño retomé mis solitarias caminatas trocando las tempranas horas de la tarde por las mágicas de aquellas noches de poesía. y cuando jugueteaban mis manos en el agua del arroyo formando círculos ondeantes, en ellos visualizaba su sonrisa.
Luego de estos acontecimientos narrados, sentí de pronto en uno de mis amaneceres que estaba encontrando la paz tan soñada en mi espíritu.Y entonces comprendí....él no era el alma atormentada que creí ver reflejada en sus escritos y poemas, era el hombre que había hallado en sus expresiones literarias la libertad, pues él estaba más allá del vulgo, y en su poesía, dejaba un legado de amor a la tierra que debería marcar siempre el camino para conseguir vivir en armonía con nuestros semejantes.
¡¡ Oh, poeta!! Te extrañan mis atardeceres solitarios que llaman angustiosa e imperante el abrigo de la noche donde pueda encontrarte en los recodos del viejo camino a La Paz ; y que el ladrido temeroso de algún perro vagabundo me anuncie tu figura pletórica de versos buscando las lunitas paseanderas de mi Piedra Blanca...

B. Susana Galván.