UNA GRISETA MODERNA
La radio está volcando cascadas de olores a cera, jazmines y glicinas.
No música ni notas siquiera, solo
perfumes de bellas cosas sosteniendo
recuerdos que amenazan huir con eso que
llaman Alzehimer
Por eso Cristina enciende el aparato las
tardecitas de domingo.
Los domingos que siempre son solitarios,
a pesar que la familia crezca con nuevos integrantes; hay que respetar la
intimidad de la tribu y no escapar de las soledades de tilos y madreselvas
corriendo a refugiarse en sus brazos.
Atenaza el corazón correr el dial y
saborear el aroma a caldo de la abuela gringa, de las glicinas que trepaban las paredes del
patio trasero de la casa paterna.
Hasta que llega el momento en que se
funde el perfume de la celeste flor con las notas de ese tango que supo bailar
de joven en aquel club, el cual se perdiera también con el progreso del barrio.
Y sí, se viene la historia de zapatos de
taco aguja, falda a media pierna de donde se asoma la raya impecable de la
media.
Del zaguán del romance cuyas puertas
cancel ruborizadas procuran disimular ardores con sus tenues visillos de voile.
Cristina se compara con la griseta que
perdió la fe como en el tango de Maffia y Chinarro.
Griseta moderna de calles con nombres de
próceres, griseta sin percales ni glicinas. Más el dolor las iguala en ese café
solitario sin barra de amigos.
Sólo las cadencias que brotan de la
radio acompañan la nostalgia que transformada en luciérnaga bailotea sin bríos
entre las sombras perfiladas de los edificios parpadeantes de luces.
Pentagramas vacíos de notas, libros
vírgenes de lecturas acompañan con su vacío la triste tarde del domingo.
Perfumes de sahumerios tratando de
imitar el aire perfumado de la naciente primavera en el solitario claustro ciudadano.
Cristina se duerme mientras acuna su
sueño un tango celeste y dulce que va perdiéndose nota a nota en ese cacho de
cielo que ya ni siquiera es suyo
Susana Galván