martes, 20 de diciembre de 2016

UNA GRISETA MODERNA


UNA GRISETA MODERNA

La radio está volcando  cascadas de olores a cera,  jazmines y glicinas.

No música ni notas siquiera, solo perfumes de bellas cosas sosteniendo
recuerdos que amenazan huir con eso que llaman Alzehimer

Por eso Cristina enciende el aparato las tardecitas de domingo.

Los domingos que siempre son solitarios, a pesar que la familia crezca con nuevos integrantes; hay que respetar la intimidad de la tribu y no escapar de las soledades de tilos y madreselvas corriendo a refugiarse en sus brazos.

Atenaza el corazón correr el dial y saborear el aroma a caldo de la abuela gringa, de  las glicinas que trepaban las paredes del patio trasero de la casa paterna.

Hasta que llega el momento en que se funde el perfume de la  celeste flor con las notas de ese tango que supo bailar de joven en aquel club, el cual se perdiera también con el progreso del barrio.

Y sí, se viene la historia de zapatos de taco aguja, falda a media pierna de donde se asoma la raya impecable de la media.

Del zaguán del romance cuyas puertas cancel ruborizadas procuran disimular ardores con sus tenues visillos de voile.

Cristina se compara con la griseta que perdió la fe como en el tango de Maffia y Chinarro.
Griseta moderna de calles con nombres de próceres, griseta sin percales ni glicinas. Más el dolor las iguala en ese café solitario sin barra de amigos.

Sólo las cadencias que brotan de la radio acompañan la nostalgia que transformada en luciérnaga bailotea sin bríos entre las sombras perfiladas de los edificios parpadeantes de luces.

Pentagramas vacíos de notas, libros vírgenes de lecturas acompañan con su vacío la triste tarde del domingo.

Perfumes de sahumerios tratando de imitar el aire perfumado de la naciente primavera en el solitario claustro ciudadano.


Cristina se duerme mientras acuna su sueño un tango celeste y dulce que va perdiéndose nota a nota en ese cacho de cielo que ya ni siquiera es suyo

Susana Galván