viernes, 15 de abril de 2016

EL ÁRBOL QUE QUERÍA SER LIBRO

EL MOLLE QUE QUERÍA SER LIBRO

H
abía una vez  un lugar cerca del arroyo que separaba las provincias de San Luís y Córdoba, allá donde el camino se hacía más solitario y sinuoso , mientras los verdes de primavera corrían los últimos restos marrones del invierno detrás de las sierras; se erguía achaparrado y tristón el molle de este cuento, quién solía lamentarse el que todos pasaran a su vera sin reparar en él ,urgiéndoles el internarse en el mágico sendero que los arribaba al club de campo, que enclavado en la sierra estaba provisto de comodidades tales como asadores, sanitarios y una pileta alimentada por la fresca agua de vertiente donde era una delicia bañarse 
Además el lugar se había hecho conocido por la letra de la canción que Rubén Gallardo había compuesto en homenaje a sus propietarios, Juan el largo y su compañera Rosa.
Aunque el movía rumorosamente sus ramas, lanzando el aroma de sus pequeñas flores blanquecinas, nadie se detenía bajo su sombra acogedora. Es verdad que en una ocasión una pareja de turistas en luna de miel, aprovechando la soledad se tendió bajo su protección dando rienda suelta a sus impulsos amorosos para terminar totalmente flechados, no ya de amores, sino de una urticaria fastidiosa que hizo terminar antes de tiempo con sus vacaciones.
._Bueno:_ se dijo el árbol._ ellos no conocían la leyenda y su piel blanca fue  desencadenante de la tragedia._( en tiempos de la conquista sucedió que un capitán español, enamorado de una doncella aborigen, al verse rechazado por ella, la asesinó; por lo cual Pachamama la convirtió en molle y se dice que cuando una persona de ascendencia europea se duerme bajo su abrigo, caen flechas desde el árbol, produciendo comezones en todo su cuerpo, las mismas que lanzara el verdadero dueño del amor de la muchacha contra el conquistador ,para vengar su muerte)
Así continuaba la vida del molle, sacado de su aburrimiento a veces por la visita de las serranas, que recolectaban sus oblongos frutos para endulzar infusiones y hacían lo mismo con sus hojas que utilizaban para medicaciones.
Clarita solía acompañar a doña Pura , siempre ligándose un reto de su abuela, pues en vez de dedicarse a guardar los frutos y hojas, que para eso la llevaban, aprovechaba esos momentos para hablar secretamente con el molle, confiándole sus sueños de niña. Así transcurrió el verano , el otoño comenzó a dorar las hojas del árbol las cuales depositándose en el pedregoso suelo terminaban formando una alfombra ondulante que adquiría vida con cada soplo de los vientos serranos; la cual siempre estaba húmeda pues del molle caían lágrimas de tristeza por la ausencia de Clarita. Llegaron las nieves y el tiempo continuó inexorable su andar hasta que el rumor  de los turistas volvió a poblar de vida el paraje en las vacaciones de invierno y el milagro se produjo. Clarita había regresado a visitarlo; ya no era la pequeña serrana que se había marchado hacía tanto tiempo, ahora tenía ante sus vegetales ojos a una jovencita de cabello renegrido y lustroso, que vestía ceñidos vaqueros y se apoyaba en su tronco para escribir poemas y sonreírle en simple complicidad.
Ya doña Pura no la acompañaba con sus rezongos; solo eran la joven y el molle.
Aquí supo el árbol lo que era la felicidad espiando los versos que se desgranaban en las hojas vírgenes del cuaderno. Muchas horas fueron testigo del acaso romance del árbol y la niña, pues hallaba su inspiración bajo su copa y del rumor de sus hojas acariciando su rostro.
Así fue que terminaron esas vacaciones y Clarita regresó a la ciudad, sumiendo nuevamente en la soledad de la espera a su amigo.
A veces furibundo descargaba sus flechas de leyenda hacia los pocos caminantes que atinaban a pasar por su cercanía, otras se sacudía en sollozos impregnando el árido suelo y ese llanto fue dando vida a unas extrañas plantitas cuyas flores al ser rozadas por los rayos del sol, adquirían forma de letras; también su copa fue paulatinamente cambiando de forma, abriéndose a ambos lados semejando un libro abierto. Pachamama habíase apiadado de su dolor y soledad, otorgándole su nueva fisonomía.
Cuentan los lugareños que en el recodo del arroyo que lleva a “El Escondido” se encuentra un molle de beber, que en vez de flechar a los que se refugian bajo su sombra, les hace caer en su regazo frutos y flores de colores negro y azul, en forma de letras, que si se detienen a observar pueden leer poniéndolas en orden; hermosas leyendas y poemas de amor, mientras el viento mueve el follaje abriéndolo como las hojas de un libro

MOLLE : Como diurético y estomacal se emplean los frutos y hojas; contra resfríos, edulcorante medicinal y para teñir de color amarillo, las hojas. Para la preparación de bebidas denominadas "arrope" y "aloja" y fabricar refrescos, los frutos; además, en Córdoba acostumbran colocarlos en el mate para mejorar su sabor. La madera es utilizada para carrocerías, postes y leña. La planta es ornamental



miércoles, 13 de abril de 2016

LA LEYENDA DEL AMANCAY

La leyenda del Amancay

La leyenda de la flor de amancay.

 En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocido como Cerro Tronador, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre luego se deformaría para denominar esa bella comarca andina. Quintral, el hijo del cacique de la tribu, era admirado por las jóvenes debido a su valentía y fortaleza. Entre todas ellas había una que, además de admiración, sentía un profundo amor por él, pero su condición humilde le impedía siquiera imaginar la posibilidad de que el joven se fijara en ella.Amancay, tal era el nombre de la hermosa joven, no era indiferente a Quintral.
Muy por el contrario, él sentía que su corazón se inflamaba cada vez que la morena joven se encontraba cerca, pero sabía que su padre jamás aceptaría que él la desposara.
Un día, varios integrantes de la tribu comenzaron a morir a causa de una extraña enfermedad. La epidemia no tardó en extenderse, y también Quintral cayó gravemente enfermo.
Aquellos que aún se encontraban sanos comenzaron un éxodo que les permitiera alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente.
Quintral empeoraba cada vez más, y en medio del delirio y la fiebre no dejaba de pronunciar el nombre de su amada Amancay. Su padre consultó a su consejero y este le contó sobre el amor profundo y silencioso que existía entre ambos jóvenes.Viendo el grave estado de su hijo, el cacique envió a sus mejores guerreros a buscar a la muchacha.Mientras tanto, Amancay había consultado a una Machi para que la ayudara a encontrar una cura para su amado Quintral. La anciana le reveló que la única forma de salvar al joven era prepararle una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Ten-Ten Mahuida, y Amancay no dudó en ir en su busca.
El ascenso no fue sencillo, pero ella no cejó en su esfuerzo. Por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontrar la bella flor, pero no se percató de que el gran cóndor la observaba desde las alturas.
Tan pronto como Amancay arrancó la delicada flor, el cóndor descendió junto a ella y le recriminó haber tomado aquella flor que pertenecía a los dioses.
Con voz de trueno dijo que los dioses lo habían puesto como guardián de las cumbres y todo lo que en ellas se encontraba, y a pesar de que la joven pidió disculpas y explicó la situación en la que se encontraba Quintral, el imponente ser no quiso escuchar razones.
Al ver que las lágrimas brotaban de los ojos de la muchacha, el cóndor le propuso entregarle la flor a cambio de que ella le diera su propio corazón.
Amancay no dudó. Después de todo, ¿de qué le serviría su corazón si no tenía a nadie a quien amar?
La joven se arrodilló frente al ave y sintió como el potente pico habría su pecho en busca del delicado corazón.
Sus labios se abrieron y una débil voz pronunció por última vez el nombre de su amado Quintral.
El cóndor, conmovido por el amor que hasta último momento demostró la joven, con delicadeza tomó el corazón con una garra y la flor amarilla con la otra para luego elevarse majestuosamente.
El cóndor voló hasta la morada de los dioses, sin darse cuenta que gotas de la sangre de Amancay salpicaban no sólo el camino sino también la delicada flor.
Una vez en su destino, imploró que le permitieran llevar la cura para Quintral y que crearan un recordatorio para que el sacrificio de la joven no fuese olvidado. Ambas cosas fueron concedidas, y de cada gota de sangre que cayó en los valles y las montañas nació una bella flor amarilla con gotas rojas que se convirtió en símbolo del amor incondicional.

Desde ese día, quien regala una flor de Amancay te entrega su corazón.

La leyenda del Amancay

La leyenda de la flor de amancay.

 En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocido como Cerro Tronador, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre luego se deformaría para denominar esa bella comarca andina. Quintral, el hijo del cacique de la tribu, era admirado por las jóvenes debido a su valentía y fortaleza. Entre todas ellas había una que, además de admiración, sentía un profundo amor por él, pero su condición humilde le impedía siquiera imaginar la posibilidad de que el joven se fijara en ella.Amancay, tal era el nombre de la hermosa joven, no era indiferente a Quintral.
Muy por el contrario, él sentía que su corazón se inflamaba cada vez que la morena joven se encontraba cerca, pero sabía que su padre jamás aceptaría que él la desposara.
Un día, varios integrantes de la tribu comenzaron a morir a causa de una extraña enfermedad. La epidemia no tardó en extenderse, y también Quintral cayó gravemente enfermo.
Aquellos que aún se encontraban sanos comenzaron un éxodo que les permitiera alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente.
Quintral empeoraba cada vez más, y en medio del delirio y la fiebre no dejaba de pronunciar el nombre de su amada Amancay. Su padre consultó a su consejero y este le contó sobre el amor profundo y silencioso que existía entre ambos jóvenes.Viendo el grave estado de su hijo, el cacique envió a sus mejores guerreros a buscar a la muchacha.Mientras tanto, Amancay había consultado a una Machi para que la ayudara a encontrar una cura para su amado Quintral. La anciana le reveló que la única forma de salvar al joven era prepararle una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Ten-Ten Mahuida, y Amancay no dudó en ir en su busca.
El ascenso no fue sencillo, pero ella no cejó en su esfuerzo. Por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontrar la bella flor, pero no se percató de que el gran cóndor la observaba desde las alturas.
Tan pronto como Amancay arrancó la delicada flor, el cóndor descendió junto a ella y le recriminó haber tomado aquella flor que pertenecía a los dioses.
Con voz de trueno dijo que los dioses lo habían puesto como guardián de las cumbres y todo lo que en ellas se encontraba, y a pesar de que la joven pidió disculpas y explicó la situación en la que se encontraba Quintral, el imponente ser no quiso escuchar razones.
Al ver que las lágrimas brotaban de los ojos de la muchacha, el cóndor le propuso entregarle la flor a cambio de que ella le diera su propio corazón.
Amancay no dudó. Después de todo, ¿de qué le serviría su corazón si no tenía a nadie a quien amar?
La joven se arrodilló frente al ave y sintió como el potente pico habría su pecho en busca del delicado corazón.
Sus labios se abrieron y una débil voz pronunció por última vez el nombre de su amado Quintral.
El cóndor, conmovido por el amor que hasta último momento demostró la joven, con delicadeza tomó el corazón con una garra y la flor amarilla con la otra para luego elevarse majestuosamente.
El cóndor voló hasta la morada de los dioses, sin darse cuenta que gotas de la sangre de Amancay salpicaban no sólo el camino sino también la delicada flor.
Una vez en su destino, imploró que le permitieran llevar la cura para Quintral y que crearan un recordatorio para que el sacrificio de la joven no fuese olvidado. Ambas cosas fueron concedidas, y de cada gota de sangre que cayó en los valles y las montañas nació una bella flor amarilla con gotas rojas que se convirtió en símbolo del amor incondicional.

Desde ese día, quien regala una flor de Amancay te entrega su corazón.